Cómo evitar a los servicios sociales

Siempre he sido muy ordenada. Supongo que en parte es porque mi madre me enseñó, desde que era bien pequeña, que después de jugar tenía que dejar los juguetes recogidos. Y así lo hacía. Durante toda mi vida he tenido una habitación de esas que no da vergüenza enseñar si de repente aparecen visitas en casa: la ropa bien doblada dentro del armario, los zapatos bien colocados dentro del zapatero, los libros bien ordenados en la estantería, el nórdico sin un solo bultito y nada de alfombras arrugadas. Y si todo eso lo podía hacer siguiendo el círculo cromático o el orden alfabético, mejor que mejor. Dijo la maníaca.

Pero lo cierto es que desde que creé Petite Blasa la cosa ha cambiado para peor. Mi cuarto es muy pequeño y no tengo espacio suficiente para habilitar un rincón a modo de taller, así que voy guardando los cachivaches en cajas, que amontono unas sobre otras. Incluso llego a guardar basura, porque hasta en una huevera de cartón veo posibilidades. ¡Qué os voy a contar que no sepáis! A veces me imagino dentro de diez años, entre una montaña de cajas de fresas y otra de tarros de mermelada, dando saltos mientras agito los brazos y grito “¡No puedo parar de crear, no puedo parar de crear!”. No es que haya estado los tres últimos años durmiendo en una cochiquera, pero empezaba a darme vergüencilla que la gente viese cómo tenía mi pequeño reino.

Con los cambios de estación me entra la locura por la limpieza y se me da por hacer cosas como desmontar el ordenador para limpiarlo meticulosamente por dentro o recorrer la casa con una bolsa de basura en la mano mientras meto en ella todos los productos caducados que encuentro. Esta primavera no iba a ser menos, así que, animada por el reto “Organiza tu casa en 21 días” de las chicas de Labores en red, por fin he puesto orden a este caos.

Ahora que he hecho limpieza en mi cuarto y está para que vengan del Hola a hacerme una entrevista mientras bebo té y engullo cookies como una gorrina, voy a contaros cómo me las he arreglado para conseguirlo.


PASO 1 | CORTAR POR LO SANO

De vez en cuando experimento momentos de lucidez en los que me digo a mí misma que no tengo necesidad ninguna de acabar viviendo en un contenedor de escombros y que esos vaqueros que hace doce kilos me hacían un culo de infarto ya no son para mí, así que cuando me siento valiente y con ganas de dejar el pasado atrás me deshago de todos los objetos que no tienen cabida en mi cuarto. Identificarlos es tan sencillo como preguntarme si se les puede aplicar alguna, o varias, de las siguientes etiquetas:

Para tirar – Agarro una bolsa y meto en ella la basura que he ido acumulando y las cosas que están rotas o inservibles. En esta ocasión: cajas que jamás había llegado a reciclar, zapatos que estaban a dos días de perder la suela, una mochila con el forro rotísimo, disquetes de hace siglos, maquillaje pasadísimo de fecha, cuadernos de notas en sucio a los que ya no les quedaban hojas en blanco…

Para donar – En una esquina coloco mi nostalgia y todas las cosas que a mí no me sirven para nada pero que pueden ser útiles para mis amigos, mi familia o unos desconocidos. En esta ocasión: juguetes, música que ya no escuchaba, ropa que ya no me servía, un par de colonias que nunca me habían gustado, complementos de mi adolescencia semi choni…

Para devolver – Aunque no suelo pedir cosas prestadas, una limpieza general es un buen momento para revisar si tengo algo que no es mío. En esta ocasión: un libro de una amiga y unas revistas de patrones de mi tía.


PASO 2 | DAR CERA, PULIR CERA

Una vez que estoy segura de que quiero que todo lo que está en mi cuarto siga estando en él, es el momento de quitar todo de su sitio para limpiar los muebles y las cosas que hay en ellos. En esta fase no ordeno; simplemente limpio el polvo, las pelusas y algún que otro enanillo que haya podido criar detrás de los muebles.

No es tan horrible como parece, sobre todo con música bailable de fondo y el cuerpo jotero. Yo suelo dividir mi habitación en tres sectores: la zona de la ropa, la zona de las manualidades y la zona del estudio. De esta manera, para que se me haga más llevadero, las voy adecentando una por una.


PASO 3 | ORDEN EN LA SALA

Con todo limpio, ya sólo me queda colocar cada cosa en su sitio, que puede ser el que tenía antes o uno nuevo. Es una de mis partes favoritas, porque aprovecho cada lavado de cara que le doy a mi cuarto para cambiar alguna que otra cosa de lugar, dándole un aire renovado. ¡Es la versión cutre de redecorar la casa que gastamos los pobres!

Para mí, lo más importante a la hora de ordenar es hacerlo con cabeza y pensando siempre en la comodidad. Así, intento colocar a mano las cosas que utilizo a menudo, reservando los rincones más inaccesibles para los cachivaches a los que no les doy mucho uso.

Como en el paso anterior, ordeno la habitación por sectores. De hecho, lo habitual es que para cada zona aplique los pasos 2 y 3 simultáneamente, y luego me pase a la zona siguiente.

¡Ah, que se me olvidaba! Siempre que cojo algo, cuando termino de usarlo lo devuelvo a su lugar. Esto me ahorra muchos “Buf, tengo que ordenar la habitación”.


¡Y creo que esto es todo lo que hago cuando ordeno mi cuarto! Bueno, esto y disfrutar del proceso como una loca de la colina. Tendríais que verme, vestida con mi mejor chándal y entusiasmadísima, como si ordenar fuese el planazo del siglo y el resto del mundo no supiese nada sobre disfrutar la vida y aprovechar la juventud.

No hace falta que os diga que estos pasos se pueden aplicar a cualquier parte de la casa: salón, cocina, cuarto de baño… qué gozada, de verdad os lo digo.

¿Sois ordenados? ¿Tenéis un cuarto de revista o es más bien un cuarto de vergüenza ajena? ¿Seguís algún ritual a la hora de hacer limpieza en casa?

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