Siempre me ha flipado la gente que viaja sola. Cogen su mochila y se lanzan a ver mundo. Y aunque yo no me veo viajando sola a según qué sitios y en qué circunstancias, sí que llevaba unos años pensando que no tengo que dejar de viajar sólo porque no tengo con quién hacerlo. Esto acaba de sonar muy triste, pero en realidad es tan simple como que no cuento con mucha libertad a la hora de escoger las fechas de vacaciones en mi trabajo y es complicado cuadrar agendas con amigos y familiares.
El caso es que llevaba unos años con el runrún en la cabeza. Quería viajar sola, pero por algún motivo no me atrevía. ¿Y si me pasa algo? ¿Y si pierdo un enlace y me quedo tirada en otro país? ¿Y si no soy capaz de defenderme en una ciudad desconocida? ¿Y si me da palo entrar sola en los sitios que visite?
Pero cada vez más me voy dando cuenta de que no me defiendo nada mal a la hora de resolver pequeños conflictos, sin ayuda de nadie. Así que empecé a plantearme en serio lo de hacer un viaje en solitario. Llegó marzo y supe que tendría vacaciones a finales de agosto. Tenía tiempo de sobra para planear algo, ¡y me puse con ello!
La máxima que seguí fue minimizar las circunstancias que, por algún motivo, me generaban rechazo. ¿Viajar al extranjero? Mejor elijo un destino nacional, por evitar el choque cultural y el tema de los idiomas. ¿Coger aviones? Me flipa volar, pero no entiendo los aeropuertos, así que voy a decantarme por el autobús. ¿Y el equipaje? Mejor voy con lo justo para poder llevarlo siempre encima en los trayectos.
En base a esto, el destino debía ser algún lugar de la España peninsular al que pudiera acceder en bus. Y entonces me acordé de Granada, que es una ciudad que tenía ganas de conocer desde hacía años. No me lo pensé dos veces y pagué el hotel, pagué los billetes de autobús… ¡Incluso compré alguna entrada a monumentos de la ciudad! Lo bueno que tiene preparar los viajes con tiempo es que, además de poder planearlo todo con más calma, hay ofertas interesantes.
En cuanto al equipaje, llevé dos mochilas: una a modo de maleta y otra más pequeña para el día a día. Estuve una semana fuera de casa, pero llevé ropa sólo para tres días. A mitad de semana fui a una lavandería y ya tenía otra vez todo limpio, ¡incluso la mochila! Esta idea se me ocurrió casi a última hora, cuando estaba pensando qué llevar en la maleta, y creo que lo voy a hacer en todos mis viajes.
La experiencia, en general, fue genial. Me pasaron cosas como que, a causa de un accidente en la carretera, el autobús en el que viajaba llegó tarde a Madrid y perdí el autobús que me llevaría a Granada. Y una cosa os digo: ojalá todas las cosas malas que me pasen en la vida sean esto. Me cambiaron el billete y cero dramas. Disfruté un montón de los trayectos y de mis días allí, y por supuesto no me pasó nada realmente malo.
Si estáis en la misma situación que yo hace un tiempo (os apetece viajar solos, pero no os atrevéis), no puedo más que animaros a que deis el paso. Sólo tenéis que intentar reducir al mínimo eso que os está frenando, para que todo sea lo menos hostil posible.
¿Alguna vez habéis viajado solos? ¿Os gusta o preferís viajar acompañados? ¿Qué lugar me recomendáis como próximo destino para un viaje en solitario?
Si queréis saber más sobre mi viaje a Granada, podéis leer este post que publiqué hace un par de semanas.