¿Sabes que la depresión es un trastorno mental frecuente que afecta a más de 300 millones de personas en el mundo? En otras palabras, una de cada veinticinco personas sufre depresión. ¿Sabes que cada año se suicidan cerca de 800.000 personas? ¿Sabes que podrías ayudar a evitar esto?
No es casualidad que haya decidido tocar este tema justamente el día de hoy, pero de esto hablaremos más abajo. Antes, déjame que te cuente una historia: mi historia de depresión y ansiedad.
Por favor, ten en cuenta que en este post voy a reflejar únicamente mi opinión personal y mi experiencia, por si pudiera ayudar a alguien. En ningún momento pretendo sentar cátedra sobre nada. Si crees que puedes padecer un trastorno del estado de ánimo, acude a un profesional de la salud y haz caso a sus recomendaciones. Yo no soy médico ni tengo la verdad absoluta, sólo estoy aquí para que sepas que no estás solo y que todo pasa. Ya verás que sí.
Del mismo modo, espero que entiendas que si me estoy exponiendo de esta manera es sólo con la intención de ayudar a quien esté pasando por lo mismo que yo he pasado, del mismo modo que a mí me ayudó en su día leer las historias de otras personas. Cualquier opinión que quieras aportar, siempre desde el respeto, puedes dejarla en comentarios.
Vamos al lío.
Desde pequeña he sido una niña fuerte: no solía llorar —y, si lo hacía, no me gustaba que me vieran—, no buscaba el consuelo de nadie si me sentía mal por algo, tragaba con todo y más, nada podía conmigo.
Con el paso de los años, me he dado cuenta de que, en realidad, siempre he tenido un fondo depresivo, aunque no supe verlo hasta hace poco. A pesar de que esa base siempre ha estado ahí, todo se fue volviendo peor hacia el final de mi época en el instituto. Tuve un mal curso académico, se me vino el mundo encima y todo empezó a dar bastante asco. De repente, me sentía incomprendida y me parecía que hasta mis amigos se ponían en mi contra. Pasé un par de años prácticamente sola, porque —esto es así— en cuanto manifiestas síntomas depresivos lo primero que hace la gente es mirar hacia otro lado fingiendo no darse cuenta de lo que está pasando.
Después fui a la universidad y la vida pasó a dar todavía más asco. En este escenario, el tema de la depresión lo pude manejar más o menos bien, pero conocí la ansiedad. Problemas de nervios, el corazón que te va a mil por hora, temblores incontrolables, no ser capaz de respirar, fobia a las multitudes, a los sitios cerrados… una mierda, amiga. Los ataques de ansiedad son verdaderamente desagradables, pero con el tiempo aprendes a controlarlos: descubres qué cosas te ayudan a calmarte y qué otras actúan como disparadores que debes evitar a toda costa.
Toda esa época universitaria es una zona oscura en mi memoria. Apenas puedo recordar algunas cosas, como si me hubiese pasado esos años durmiendo. No salía de casa, no me relacionaba con otras personas; sólo quería desaparecer —no morirme—, meterme en cama con la esperanza de no despertar al día siguiente. Estaba muerta por dentro.
Puede que lo peor de padecer un trastorno de este tipo sea el hecho de sentirse incomprendido. Nadie es capaz de entender por qué, siendo joven y teniendo una vida fácil, estás tan triste. Por qué no eres feliz si lo tienes todo. Pero las cosas no son tan sencillas. Tuve la grandísima suerte de que en la universidad conocí a una amiga que estaba pasando por lo mismo y el simple hecho de hablar con ella, de poder verbalizar pensamientos horribles sabiendo que no estaba siendo juzgada, lo hizo todo más llevadero.
Y por qué no iba al médico, te estarás preguntando. Ya te he contado que no estaba acostumbrada a pedir ayuda. Además, me daba miedo que el médico de turno fuera un desagradable o que se riera de mí o que me dijera que lo mío era pura tontería de adolescente. Así que seguía sobreviviendo como podía, levantándome cada mañana sabiendo que ese día iba a ser una lucha, y el día siguiente otra, y el siguiente otra más…
Pasó un tiempo y encontré trabajo en Coruña. De repente estaba viviendo en otra ciudad y con un trabajo que me mantenía ocupada durante horas. Todo fue a mejor, a muchísimo mejor, y es que los cambios ayudan. A veces tienes que romper con todo para volver a empezar.
Pero, como he dicho, mi fondo depresivo siempre ha estado ahí y volvió a relucir cuando un novio con el que había empezado al poco de llegar a Coruña rompió conmigo. Soy una drama queen, no te lo voy a negar, así que imagínate lo mal que lo pasé. Lloraba todo el día: me despertaba llorando en sueños, iba llorando en el bus, lloraba en el trabajo escondida en el baño, lloraba de vuelta a casa, me dormía llorando… Al principio me pareció normal —le quería mucho y para mí fue un palo—, pero cada vez perdía más kilos y me costaba mucho levantarme de cama por las mañanas, hacer una vida normal. Me dije que me daba un mes para estar triste y, si no mejoraba, iba al médico.
Y así fue. Algo más de un mes después me planté en la consulta del médico de cabecera, con mis 8 Kg menos, temblando, y rompí a llorar en cuanto empecé a hablar. Le conté que me había dejado mi novio hacía un mes y que estaba muy triste; que al principio me había parecido algo normal, pero que ya no; que no era capaz de comer, que me costaba llevar una vida normal y que empezaba a pasarme algo que ya me había pasado hacía unos años (sensación de que «me salían cosas en la piel»); que si podía darme algún medicamento que me ayudase a superar las primeras semanas y que ya luego seguía con mi vida con normalidad.
Ir al médico fue difícil (me dio vergüenza y miedo), pero también fue lo mejor que he podido hacer en toda mi historia batallando con estos trastornos. El médico me hizo unas cuantas preguntas y me diagnosticó de depresión, ansiedad y paranoia. Me dijo que iba a tener que tomar medicación durante, al menos, seis meses. Me recetó la dosis mínima y, después de dos o tres semanas, todo empezó a estar mejor.
Tomé este medicamento durante más de un año, revisándolo con el médico periódicamente, hasta que hace poco dejé de tomarlo sin darme cuenta. Sí, como lo lees. La cosa es que estaba tomando antibióticos e Ibuprofeno, para otra historia, y con tantas pastillas me olvidé de tomarme la que trataba mi depresión. Cuando me di cuenta, después de varios días sin tomarla, pensé «Oye, pues ni tan mal» y no he vuelto a tomarla desde entonces. Es cierto que estoy más susceptible, que me cuesta más manejar situaciones de estrés, que me afectan más las cosas en general, pero nada preocupante ni que me haga pensar que pueda estar cayendo en otro período de depresión. Estoy bien. Con mis 8 Kg de vuelta.
¿Volveré a pasar por algo así? No lo sé. Me gustaría pensar que no, porque es duro, pero ahora sé que existen medidas que se pueden tomar para mejorar. Si te digo la verdad, cada vez que he tenido una recaída en todos estos años he pensado «¿Pero en serio esto no se va a pasar nunca?» y me planteo si realmente merece la pena una vida así. Atención spoiler: SÍ.
Una vez más, no digo que lo ideal sea quedarse con el diagnóstico del médico de cabecera, ni dejar de tomar la medicación a lo loco. Ni todo lo contrario. Es sólo mi experiencia, lo que a mí me ha ayudado. El único mensaje con el que quiero que te quedes es que estas cosas pasan, que le están pasando a personas de tu círculo cercano aunque probablemente tú no lo sepas, porque los trastornos mentales siguen estando todavía estigmatizados a día de hoy. Son trastornos más comunes en mujeres que en hombres, así como en personas con parientes que han padecido o padecen este trastorno, pero cualquiera puede verse afectado, independientemente del sexo, la edad, el nivel socioeconómico, etc.
Así que si tienes una sensación persistente de tristeza, si has perdido el interés por todo, si estás tan jodido que no comes ni duermes con normalidad, si te irritas con facilidad, si te incomoda la idea de relacionarte con otras personas, si no quieres salir de casa, si no encuentras ningún motivo para levantarte de cama por las mañanas, si eres incapaz de seguir una conversación o entender lo que lees o escuchas… es probable que sufras un trastorno depresivo. No todas las depresiones son iguales, no todas las personas deprimidas tienen pensamientos suicidas o se autolesionan o se pasan el día llorando. Fíjate en mí, que a menudo me escribe gente preguntándome cómo es que tengo tanto sentido del humor. Me río mucho, también cuando tengo una mala época. Porque los días buenos son muy buenos, pero los días malos son muy malos.
Si has llegado a este post porque estabas buscando ayuda en Google —créeme, sé lo que es—, espero que leerme haya sido un soplo de aire fresco para ti.
Y ahora quiero hablarte de lo que te contaba al principio: la excusa que me ha llevado a contarte mi historia. Cada año, el segundo jueves de septiembre se celebra en Australia el día de R U OK?. No voy a contarte toda la historia, porque ya lo hice hace cuatro años, pero se puede resumir en que los australianos tienen una campaña de concienciación que anima a las personas a preocuparse por cómo están los demás. Es triste que haya que concienciar a la gente de esto, pero al mismo tiempo es super bonito.
Si crees que alguien de tu entorno puede estar pasando por algo así, háblale, interésate. No le hagas el vacío, no finjas que no te das cuenta. No tengas miedo de no saber qué decir, de no estar a la altura. Lo vas a hacer genial. No necesitas dar consejos, ni siquiera tu opinión; lo único que tienes que hacer es escuchar. Escuchar con la mente abierta y no juzgar jamás.
Y tú, ¿estás bien?