¡Aquí estoy! ¡He vuelto! Después de varios meses sin ordenador, llego justo a tiempo para la vuelta al cole… ¡y que sepáis que este curso vengo con fuerzas! Mi idea es publicar dos o tres posts a la semana durante todo el curso, hasta que en julio y agosto tome vacaciones para volver otra vez con fuerzas.
Pero no nos adelantemos a los acontecimientos, que yo he venido aquí a hablar de mi mueble. Mi mueble rosa. Los que me seguís en Instagram —si no lo haces, estás tardando— sabéis de qué hablo porque os he estado dando mucho la lata con él.
Os pongo en situación… Llevo uno o dos meses buscando piso de alquiler para irme a vivir sola, que ya tengo una edad en la que necesito mi espacio para poder bailar Daddy Yankee en bragas por casa con total libertad. Las cosas aquí, en Coruña, están caras.
Este es chulo, pero no me da el sueldo. Este es más feo pero no está mal de precio… ah, que es un sexto sin ascensor. Ay, este, este me gusta; se ve viejo, pero puedo pagarlo y no parece que haya ratas en la cocina. Sí, llamo por un anuncio, ¿podría verlo un día de estos? Ah, que tengo que entregarte tres sueldos y a mi primer hijo varón si quiero reservarlo. Ok. Bueno, vale, pero… ¿los muebles los puedo pintar? ¿Sí? Toma todo mi dinero, me lo quedo.
Y dos semanas después estaba yo sola en un piso digno de uno de los primeros capítulos de Cuéntame cómo pasó, equipado con muebles más feos que el demonio mismo y dos semanas de vacaciones por delante para dejarme llevar por mi vena más bricomaníaca. Mi primera víctima fue un mueble de televisión que, si bien no estaba en un estado lamentable, feo era un rato largo. Y yo ni siquiera tengo tele.
Esto es lo que os quiero enseñar hoy: cómo convertir el mueble de TV que tus padres compraron cuando se quedaron embarazados de ti en un mueble digno del piso de las chicas de Friends. No, en serio, ¿por qué nos hicieron creer que la juventud era vivir con nuestras amigas en un piso de 140 m2, con los maromos justo enfrente?
Que me desvío. El mueble en cuestión era este que veis abajo. Creo que todos hemos tenido uno parecido en casa, con la tele encima y los VHS de Disney en el hueco de en medio.
Tenía claro que quería darle un toque de color potente, pero hasta que estuve frente al expositor de pinturas no fui capaz de elegir. Finalmente me decidí por la chalk paint Fresa Boho de La Pajarita, que es un rosa divino, cálido, aunque en las fotos parezca que tiende al violeta.
Lo primero que hice fue desatornillar las puertas. También quité los tiradores, los imanes y, en general, todas las piezas que no quería pintar.
Quería que el mueble fuese más abierto, que estuviese todo más a mano, así que con una puerta —para guardar cosas feas— tenía suficiente. Para cerrar el compartimento de esa puerta, usé la otra puerta, la que tiene una especie de solapa que se monta sobre la primera. Hice las marcas necesarias con un lápiz, apliqué cola blanca y dejé secar durante unas 12 horas. Como quedaba un huequito encima de esta separación que me acababa de inventar, hice presión hacia abajo con un trozo de cartón.
Mientras esperaba que secase la cola, cerré todos los agujeros que no iba a necesitar usando masilla para madera y abrí otros agujeros para colocar los nuevos tiradores: dos de ellos comprados en Zara Home y el tercero hecho por mí (más abajo os cuento). También reconstruí algunas zonas rotas con pasta de modelar. Cuando la masilla y la pasta estuvieron secas, lijé las imperfecciones.
Con la nueva estructura del mueble armada, limpié todas las piezas con un trapo empapado en alcohol y protegí los agujeros de los tornillos y de los tiradores con churritos de papel.
Pinté el mueble con una brocha que me vendieron en la tienda donde compré la pintura, siguiendo las instrucciones del fabricante. Con un bote de 175 ml tuve suficiente para pintar el mueble por todos lados (incluso por la parte trasera que toca la pared), dando dos capas a casi todas las piezas. Con una sola capa queda como en la foto que veis justo a continuación; el efecto es chulo, pero no es lo que buscaba yo para este proyecto en concreto.
Cuando secó la pintura, coloqué tiradores, imanes, tornillos, etc.
El tercer tirador del que os hablaba es una cabeza de gato hecha con pasta de modelar. Le di la forma (dejando un hueco en la parte trasera para enchufar el tornillo), la dejé secar durante uno o dos días, la lijé y la pegué al tornillo con cola blanca.
¡El resultado es este! Tiene algunas marcas, como esa que os enseño, que es el resultado de que la puerta vaya algo justa. En realidad no se ve si uno no se fija y tampoco me molesta, incluso me gusta.
Os estaréis preguntando para qué quiero el mueble, si no tengo tele. Pues para qué va a ser: para guardar algunos materiales que uso en mis manualidades. En especial, los más relacionados con el snail mail y la papelería en general.
Así es cómo luce ahora el mueble en mi tallercito. Todavía tengo cosas que traer, pero no creo que vaya a cambiar mucho de aspecto.
Lo mejor es que todo este cambio —entre pintura, tiradores y masillas— me costó poco más de 10 euros. No está nada mal, ¿verdad?
¿Qué os parece: un acierto o una aberración? ¿De qué color lo habríais pintado vosotros? Contadme cuál ha sido vuestro último arrebato de bricomaníacos.